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Inmaulada acién
El Ejido
Domingo, 14 de agosto 2022, 23:20
Hace ya unos quince años, Manuel Triviño y su mujer decidieron invertir sus ahorros en una vivienda que les permitiera salir del bullicio de Madrid, disfrutar de la playa, en un entorno tranquilo, acogedor. Un proyecto que tenía que ser su lugar de retiro donde desconectar, volver a cargar pilas y además hacerlo con las mejores vistas, las que ofrece la primera línea de playa. Escogieron para ello Balerma, donde tenían familia, y fijaron su vista en un residencial que se estaba construyendo a la salida del pueblo, en dirección hacia Guardias Viejas, muy cerca del instituto y del camping.
Con toda la ilusión del mundo reservaron sobre plano y entregaron unos 40.000 euros a cuenta, para un piso que entonces les costaba 135.000 euros y que hoy no pueden vender ni por 20.000 euros. Su sueño se ha convertido en su peor pesadilla.
Manuel Triviño compró en plena burbuja inmobiliaria y cuando esa burbuja reventó la constructora se acogió al concurso voluntario de acreedores y dejó a medio construir el residencial. La primera fase estaba finalizada, los dúplex a medio construir y de la piscina nada se sabe.
Pese a ello, la familia de Manuel no se desanimó y durante ocho o nueve años, aunque parecían inquilinos de un edificio fantasma, donde solo había otro vecino de Salamanca por debajo, disfrutaban tranquilos de las vacaciones y fines de semana.
Pero entonces se constituyó la comunidad y como se trata de un residencial que tiene mucho gasto de mantenimiento, Solvia, inmobiliaria a la que encargó la gestión el Sareb decidió alquilar los pisos. Pisos que salieron en alquiler a través de otra inmobiliaria ejidense subcontratada por 100 euros, con el objetivo de quitárselos de encima cuanto antes. Y así fue para pesar de Manuel Triviño.
Entrada al infierno
«Había 28 pisos y se alquilaron a diferentes marroquíes con papeles que, quintado los últimos que son familias con niños, los volvían a alquilar», explica Manuel Triviño, quien desde hace casi cinco años vive un verdadero infierno.
Cruzar la puerta de este residencial es entrar en otra dimensión. Puertas rotas, basura acumulada por todas partes, excrementos de animales, pero también de personas por los pasillos, muebles rotos en los descansillos, enganches de agua y de luz por doquier, e incluso colchones y cartones o improvisadas tiendas de campaña. Aquellos que no pueden ocupar dentro, duermen en las zonas comunes. Malos olores, moscas e incluso gusanos salen de algunos pisos, ya que no cuentan con agua.
No hay luz en los pasillos y las escaleras, la han tenido que cortar desde la comunidad por miedo a que con los enganches se prenda fuego. Ahora tienen que salir de casa con una linterna para poder ir a tirar la basura o salir a dar un paseo, sin saber qué se van a encontrar en plena oscuridad al girar la esquina.
«Burros, perros, trapicheos de droga, prostitución, cada vez que venimos en verano o fines de semana es lo que vivimos aquí», explica desolado Manuel Triviño, quien está luchando contra ruedas de molino. Y es que está solo él contra el Sareb y Solvia. El burofax se ha convertido ya para él en su compañero diario. Es la única forma que ha encontrado de comunicar diariamente la solución y pedir encarecidamente que desalojen a los okupas y tapien los pisos. Y es que todos los contratos a excepción de uno que no finaliza hasta 2026, están vencidos.
«Para mí bajar desde Madrid y entrar a la provincia de Almería es un sufrimiento.Estoy deseando vender el piso y quitármelo de en medio, pero no hay quién lo compre. Y eso que el dinero para mí ha pasado a un segundo plano». Y es que Manuel Triviño tiene una hija de 20 años que tiene que irse de vacaciones con sus amigas a cualquier sitio de la costa, menos a su apartamento en la playa en Balerma, por miedo e inseguridad.
Llegaron a vivir hace unos meses situaciones de encontrarse okupas tirando muebles por la ventana hacia la calle y agua por las ventanas e increpando a los propietarios de las viviendas.
Lo único que pide esta familia es una solución para poder vivir.
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