África Mateo
Jueves, 21 de abril 2016, 12:12
Salvador se define como «casi analfabeto», y lo hace si ningún rubor, ya que ni este handicap ni su origen humilde han supuesto impedimento alguno para alcanzar el éxito empresarial. «La mijilla que sé leer lo aprendí en la mili en Melilla», explica, ya que «nunca he ido a la escuela, sólo había tiempo para trabajar». Y es que Cañabate aprendió pronto a sacrificarse y a asumir responsabilidades. «Me quedé sin padre a los 15 años, porque lo mataron por 'rojo' y mi madre nos mandaba a la carretera a vender esparto». Aunque pudiera parecer que se lamenta al pensar lo pronto que tuvo que madurar, sólo se emociona al contar cómo su madre tenía que subir a la faena, en Dalías, para sacar a sus cinco hijos adelante. «Nos llamaban los 'Conchillas', por mi madre, que se llamaba Concha», dice orgulloso al recordar los sacrificios que la viuda tuvo que hacer para criar a su familia. «También limpiaba en el Cuartel de la Guardia Civil», lo que reportó algunas ventajas a Salvador y a sus hermanos, ya que cuando alguien llegaba a denunciar alguna trastada que habían hecho los «Conchillas», los guardias civiles le restaban importancia. En Salvador 'Cañabate' se atisba una personalidad especial, que le viene de no haber perdido nunca la conciencia de haber sido pobre. «Con 18 años estuve segando trigo en Guadix y Moreda; luego estuve guardando ovejas en El Ejido, Trevélez y Los Bérchules; y después acabé cargando con palas coches de arena con Manolo Buendía el de la Ford». Una larga travesía, con muchas horas de duro trabajo, que lo llevó hasta el sector del que, años más tarde, sería uno de sus principales protagonistas: el transporte de hortalizas. 'Cañabate' no acapara méritos: «Ha habido muchos valientes y la gente, aquí, siempre ha pagado», destaca. Quizás por eso nunca le tembló la mano para ayudar económicamente a muchos transportistas y cargadores para que pudieran comprar sus camiones. Ha sido generoso y ese espíritu, siempre lo ha acompañado. Empezó como estibador, en las primeras alhóndigas: «Cargaba habas y guisantes a granel, pero no se ganaba dinero, apenas 15 pesetas al mes», detalla 'Cañabate', que recuerda cómo en esa época empezó a despertarse su intuición. Él observaba «cómo venían un valenciano y un murciano a cargar coches», veía que cobraban mucho por unas gestiones que a él no se le antojaban demasiado complicadas y, en ese momento, decidió lanzarse: «Yo les preguntaba cuánto les costaba.Si les cobraban 40, yo lo ofrecía por 30, me espabilé y empecé a cargar camiones», explica. Comenzó a trabajar con los primeros comerciantes de mercado nacional. «Iba en busca de Pedro Fernández, de Serafín Mateo y de Juan 'el Chato' padre». Y es que 'Cañabate' fue un rompedor, decidido e implacable, condiciones que lo condujeron a montar, allá por los años 60, la primera agencia de transportes de ElEjido. «Donde más trabajo había era en 'Los Baños', en el grupo de Pepe Luque y en el de Pepe Jesús, donde cargaba decenas de camiones cada día», detalla, aclarando que no eran como los de ahora, sino más pequeños, de unos 8.000 kilos. Años más tarde llegó la segunda agencia, la de Juan López Requena, pero 'Cañabate' ya era un nombre que sonaba por todos los rincones de España. Creó una marca personal, que a día de hoy sigue siendo referente en el transporte nacional e internacional, aunque el nombre es 'casi prestado': «Cañabate era un murciano dedicado al transporte, con el que empezó a colaborar mi hermano Antonio. Yo me pegué a él, pero se echó novia en Málaga y abandonó el sector», relata Salvador, que asumió las responsabilidades de su hermano y estrechó esa colaboración. «La gente, cuando me veía, preguntaba quién era yo y me identificaban como uno de Cañabate». Y así, de ser «uno de Cañabate», a fuerza de trabajo y tesón, acabó por ser 'Cañabate'. Montó su primera oficina dentro de la confitería que había junto a la Estación de Servicio: «Pepe y Paco Villegas me dejaron un rinconcillo debajo de la tele». La clave de su éxito, dos teléfonos y una cabeza privilegiada, que le permitía controlar todas las cargas y los camiones sin hacer un solo apunte en papel. «No te creas que se me olvidaba algo, y eso que muchos de los coches no iban completos, pero lo llevaba todo en la cabeza». Establecimiento en la costa Años más tarde volvió a montar un humilde despacho en lo que hoy es el Restaurante La Costa, cuando los Villegas se trasladaron allí de la confitería y le cedieron de nuevo un lugar, en la terraza del bar. «He llegado a tener hasta 100 coches aparcados en el sequero, en la puerta de La Costa», dice, mientras recuerda que «aquéllo era un hervidero, había 50 ó 60 cargadores siempre en el bar, esperando, jugando a las cartas». El bar se vendió y decidió, por fin, independizarse. Compró una casa enfrente, porque La Costa ya era su barrio, y montó las instalaciones que funcionan en la actualidad. Nunca había tenido una oficina propia y bautizó su despacho como 'el despacho de Alfonso Guerra'. Allí acude todos los días, incluidos domingos, y se sienta, frente a sus dos teléfonos, que hace algún tiempo dejaron de sonar. La jubilación, a los 70 años, le costó casi una enfermedad. Su vida era trabajar, pero ahora aprovecha para potenciar sus aficiones: camina cuatro kilómetros al día y juega al dominó y al ajedrez, donde aunque no lo reconoce, pues dice haber ganado «alguna copilla», ha creado escuela.
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