
Carmelo Gómez
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Carmelo Gómez
Inmaculada Acién
El Ejido
Sábado, 20 de mayo 2023
Tras una semana e la que la comedia ha sido la protagonista en el Festival de Teatro de El Ejido, en los espectáculos de sala, se cambia de registro para vivir 'La guerra de nuestros antepasados', de la mano de Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. Un drama que se convierte en un alegato a favor de la paz frente a la guerra y la no violencia como camino de vida, pero que también hace reflexionar y descubrir que hay conflictos que perviven en el tiempo pese a que sea en escenarios y tiempos distintos.
–Pese al título, ¿se trata en realidad de un grito contra la violencia de las guerras?
–El título invoca a una guerra de guerras, guerra entre pueblos que acaban con la destrucción del otro, pero el concepto de guerras se expande con este autor que utiliza además no solo la tragedia, sino la farsa para relatar acontecimientos con muchas vertientes. Ahí hay enfrentamientos entre personas, la parte alta del pueblo está en guerra con la parte baja y dentro de la familia hay sensibilidades distintas para reconocer un mismo hecho. Los que tienen más fuerza, como siempre, dictan los veredictos, y los demás tienen que acatarlos, que muchas veces son las costumbres, lo que tiene que ver con el pasado, con los ancestros, que de repente se convierten en leyes no escritas que tienen una vigencia mayor que las escritas.
–Y en medio está Pacífico.
–En medio de todo eso hay una persona con una sensibilidad excepcional que es Pacífico, que por un lado le sirve para protegerse de ese mundo, aislándose en su imaginación, pero, por otro lado, es su enemigo, porque lo convierten en chivo expiatorio de ese pueblo.
–¿Se puede extrapolar una obra de hace casi medio siglo a la actualidad?
–Hay diferencias temporales y cada tiempo trae sus peculiaridades, pero creo que las normas no cambian mucho. Todo el empeño de los emergentes en cualquier generación es decir que el pasado estaba equivocado y que hay que hacer un mundo nuevo a partir de nosotros. Pero en realidad no cambian tanto las cosas. Sí que es verdad que ahora en una guerra se pueden lanzar misiles desde miles de kilómetros y casi con precisión total, pero no cambia la relación humana. En eso creo que aún estamos en la época de los griegos y todavía estamos tratando de entender a Aristóteles en estos tiempos.
–¿Los conflictos siguen siendo los mismos?
–Los conflictos a nivel humano siguen siendo los mismos y la peculiaridad es la cantidad de violencia que cada época ha ido generando. Para mí lo importante de cualquier historia para que sea clásico es que ocurrió en otro tiempo, pero que en la observancia de eso es exactamente igual al nuestro, y que entonces había unas conclusiones que quizás hoy estamos negando como posibilidad. Y eso es lo que le quieren decir a Pacífico que en el Pretérito vivíamos mejor. Siempre hemos vivido mejor en el pasado pero son falsas nostalgias, porque lo malo del pasado se olvida y lo bueno se queda.
–¿Cómo es realmente Pacífico?
–Una persona vulnerable por su hipersensibilidad que es tratado en ese momento como una enfermedad. Creo que es una persona con un extraordinario talento para los sensible, para el contacto con lo pequeño, con la naturaleza. Muchas veces lo veo con un alma muy parecida a un poeta como Lorca, que era capaz de hablar con los árboles y con las plantas, tenía su propio lenguaje con los animales. A diferencia de estos grandes poetas, Pacífico tiene un corazón menos belicoso, es pacífico 100%, hasta el extremo de que se ve obligado a recluirse y cerrarse en sí mismo y a concebir la cárcel como un lugar de paz y tranquilidad por fin. Es un hombre con una gran sensibilidad que no dejó de ser niño y si dejó de ser niño es un niño hombre.
– He escuchado que llega incluso a hacer reír, pero ¿cómo provoca el humor una obra de tanta carga dramática?
–Eso es Delibes. Hay gente a la que estás escuchando y siempre te provoca risa y simpatía, y acercamiento, pese a la carga de lo que está diciendo, y hasta que no cae el telón no te das cuenta de que ha dejado en ti ese poso. Él tiene ese don. Ya de entrada los personajes se llaman de forma contraria a lo que simbolizan. Pacífico es un hombre pacífico en medio de las guerras y termina no siendo pacífico; la abuela se llamaba Benetilde por la bondad. Los nombres tienen como un juego divertido propuesto por el autor para darle al espectador ese punto de simpatía. Maneja la farsa, se ríe de los comportamientos humanos, mediante ese juego de ironías y dobles sentidos, incluso colocando a los personajes como vallinclanescos en algunos momentos.
–La pérdida de su madre, marca mucho a Pacífico.
–Yo he jugado durante mucho tiempo en los ensayos a esa especie de feminidad de este personaje. Y en un momento del ensayo pedí que me dejasen decir «cuando murió madre, ahí empezó todo», porque está en el texto pero no está explicitado. Y la verdad es que funciona muy bien porque desde ese momento empieza la hecatombe. Es un mundo de hombres, construido por hombres, y él queda en medio de los hombres y las dos mujeres, y cuando muere su madre él se ve en peligro y empieza ese camino a la reclusión. Hoy podríamos llamarlo un hombre cobarde, que es lo que le reprocha el doctor que le está tratando en ese momento, al que interpreta Miguel Hermoso.
–¿Es una obra compleja de entender?
–Todas las grandes obras tienen diferentes lecturas o percepciones. Esta obra tiene esa visión de sencillez, de un relato fácil de apreciar, donde hay un hombre que es infinitamente bueno y que funciona como arquetipo de hombre bueno y que es aplastado por una comunidad intolerante. Eso funciona muy bien como cuento. Luego la estructura que el autor plantea es a base de anécdotas, de cuentos, de pequeñas historias que han ido pasando a lo largo de la vida del protagonista, que nos hacen ver cómo es el todo de la convivencia, pero que son en sí cuentos cerrados. Delibes utiliza tremendamente bien la farsa, se ríe de todos los personajes, incluido de él mismo. El público puede entrar en esa risa o quedarse súper serio y temblando.
–¿Le gusta representar a los clásicos?
–Sí, me gusta muchísimo porque cualquier tiempo pasado fue peor (risas) y me gusta mucho contar cómo cuando nosotros estamos aquí bizantinamente pensando que es la primera vez que ocurre, ya ha ocurrido muchas veces y ha tenido solución muchas veces. Y es que muchas veces ocurren cosas por el desconocimiento del pasado, si no, no se volverían a repetir, porque sabemos en qué consisten. Y me remito al tema de Putin. Todo el mundo sabía que estar cebando a Putin a cambio de petróleo barato iba a tener consecuencias, pero nadie era capaz de tomar decisiones. El cambio climático sabemos que nos va a ahogar, pero no podemos parar. Eso está en los clásicos y conocer el pasado nos hace reconocer cuáles son los síntomas que nos lleva a una enfermedad. En estos momentos vuelven de nuevo las nostalgias y cuidado con las nostalgias porque casi siempre traen un conflicto grande.
–¿Qué le parece recibir una butaca de honor?
–Pues yo todavía no he salido de los 27 años, estoy empezando (risas) y que me hagan un homenaje ahora, la verdad es que me parece un poco prematuro, pero siempre es mejor en vida que postmorten. Me siento un poco joven para tener una butaca con mi nombre (risas).
–Un mensaje para el público
–Que se sienten tranquilos porque desde el minuto uno el público se va a sentir transportado. Esta función solo funciona perfectamente bien cuando el público es perfectamente público. Por eso, no móviles, venir tosidos... porque el espectáculo dura una hora y veinte, pero van a tener la sensación de que ha ocurrido todo en 20 minutos.
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