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Inmaculada Acién
El Ejido
Sábado, 24 de agosto 2024, 23:40
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El pasado 31 de julio se cerró un nuevo capítulo de la historia de El Ejido, esos que escriben comercios y establecimientos de restauración que han formado parte durante décadas y casi desde su creación de la vida de este municipio del Poniente almeriense.
Hace 38 años que la cafetería Albéniz abría sus puertas y el pasado 31 de julio llegó el momento de cerrarlas, con el deseo de que sea algo momentáneo y que pronto haya quien tome el relevo.
En estas casi cuatro décadas, Pepe Villegas Palmero, más conocido como Pepe Marchena o Pepe el de Elías, e Isabel Villegas Linares, propietarios e impulsores de este negocio, junto a sus hijos Pepe, Óscar, Alberto y Elisabeth, han ido creando recuerdos, sumando buenos momentos, creciendo como personas y como familia, y haciendo amigos. Y es que la cafetería Albéniz, ubicada en plena calle Cervantes, entre Iglesia y Lobero, se convirtió desde su apertura en punto de encuentro, testigo mudo de muchas historias, y parte de la vida social de muchos ejidenses. Una clientela fija, que acudía cada día fiel a su cita para tomar su café y su tostada, echar un rato de risas y conversación. Clientes que parecían ya tener una mesa con su nombre y una silla reservada sobre la que humeaba el café recién hecho antes incluso de que la ocuparan. Comandas que llegaban a cocina sin el número de mesa, sino con el nombre y apellido de quienes iban a consumirlas.
«Pepe siempre dice que la clientela es lo mejor que tiene el Albéniz», afirma su mujer Isabel Villegas, quien añade que algunos de ellos llevan acudiendo allí desde que abrieron. «Para nosotros es muy importante darles las gracias por estos casi 40 años, porque ellos son parte de la cafetería Albéniz y hasta el último día estuvieron acompañándonos. Ese último día fue muy emotivo, de muchas lágrimas, pero también muy bonito», asegura.
En este punto, su hijo Óscar Villegas explica que una máxima de su padre «siempre ha sido la rapidez a la hora de atender, porque la gente se tenía que ir a trabajar. Es algo que los hijos hemos mamado y lo hemos aplicado siempre». En su caso, además de ayudar a su padre, se hizo cargo junto a su hermano Alberto y su hermana Eli del negocio familiar tras la jubilación hace unos años de Pepe.
Para ellos, confiesa, «la cafetería Albéniz es un hermano más y para mis padres un hijo». La emoción rezuma de sus palabras, la voz de todos se entrecorta y tiembla.
«A nosotros la cafetería Albéniz nos lo ha dado todo, momentos de disfrute, de tensión, de no aguantar más y de alegrías, hemos hecho aquí muchas celebraciones familiares de Navidad, de cumpleaños...», recuerda Isabel Villegas.
«Nosotros empezamos con mucha gente, porque aunque había bares cercanos, el Ayuntamiento se vino en pleno aquí. Desde primera hora dábamos muchos desayunos. Luego, las mujeres lo fueron cogiendo como punto de encuentro y siempre hemos tenido mucha gente», afirma Isabel Villegas, quien recuerda como a pesar de tener ya tres niños cuando abrieron la cafetería ella ayudaba haciendo tapas y haciendo la comida. «Los dedos se me ponían llenos de cortes, agrietados de no parar de fregar. Hemos trabajado muchísimo pero no me pesa porque mis hijos no han pasado falta de nada».
A las seis de la mañana, Pepe Marchena levantaba las persianas cada día con una sonrisa. Pese a que el de la hostelería es un negocio sacrificado y duro, siempre fue su pasión. «Pepe ha llegado a cerrar el bar a las cinco de la mañana y volver a abrirlo a las seis», apunta Isabel Villegas y es que como incide su hijo Pepe, «la gente de antes estaban hechos de otra pasta».
En cuanto a la clave del éxito del Albéniz, todos coinciden en destacar que ha sido por la forma de ser de Pepe el de Elías.
«Es una persona que se ha desvivido por el servicio a las personas del pueblo. Siempre le han gustado los chascarrillos, las bromas, siempre muy positivo. Incluso jubilado aún le gustaba meterse en la barra a poner un café», señala su hijo Pepe, el mayor de los cuatro.
Él fue precisamente el primero en comenzar a ayudar a su padre en el negocio familiar. «Cuando estaba en el instituto venía los fines de semana a poner tostadas. Luego me saqué mi plaza de Policía Local y continuó con mi padre mi hermano Óscar. Después también se incorporó mi hermano Alberto y la pequeña Elisabeth. Lo hemos mamado todos y, aunque yo no seguí, venía todos los días a tomarme mi café», explica. Es por ello que esperan pronto volver a verlo abierto y todo apunta a que así será.
Del Bar Centro a la Cafetería Albéniz, una vida ligada a la hostelería
El primer bar que abrieron Pepe Marchena e Isabel Villegas fue el Bar Centro, en la plaza de la Iglesia. «Era de una prima hermana de mi marido que estaba en Francia. Ella y su marido hicieron el local, nosotros estábamos recién casados y embarazada de mi Pepe, y empezamos a trabajar. Allí nos tiramos dos o tres años. Cuando ellos se vinieron de Francia con cuatro niñas, se hicieron cargo», explica Isabel Villegas.
Fue ahí donde surgió el proyecto de la cafetería Albéniz. «Esto era un solar que tenía mi suegra y Pepe pensó en montar una cafetería. Yo no tenía ganas porque la hostelería es muy sacrificada, pero él, desde que era un niño, ha trabajado en los bares, incluso en la mili estuvo de camarero en la Cantina. Cuando terminamos el bar teníamos ya tres niños: Pepe, Óscar y Alberto».
Casi 40 años en los que la Cafetería Albéniz prácticamente no ha cambiado. «Lo único que se ha cambiado en el bar son las ventanas, que eran de madera con palillería, con cuadrados de cristal pequeños, y el mobiliario, las sillas antes eran negras de rejillas con apoya brazos», recuerda Isabel Villegas.
Sobre el nombre del Albéniz, Isabel Villegas confiesa que lo sacaron de una enciclopedia. «Cuando íbamos a abrir el bar, una cuñada mía y yo empezamos a buscar en la enciclopedia y, de pronto, nos encontramos con este nombre que era bonito y sonaba bien. Cuando abrimos nos hicieron unos servilleteros de fieltro negro que tenían la foto de Isaac Albéniz y su historia en letras pequeñas». Y en la radio siempre sonaban las canciones de RadioMelodía primero y Radio Sintonía después. «La música le encanta a Pepe. Tenía incluso una lista donde apuntaba todas las canciones que le gustaban y llamaba continuamente para que se las pusieran». El último día del Albéniz sus canciones volvieron a sonar en la radio, dedicadas a Pepe el de Elías.
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