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José y Guillermo Cantón en Almerimar, donde ahora residen. I. A.
El apodo que se convirtió en el nombre del barrio ejidense de Pampanico

El apodo que se convirtió en el nombre del barrio ejidense de Pampanico

El abuelo de Guillermo y José Cantón se trasladó desde La Calahorra a esta zona y abrió la Venta que durante muchos años se convirtió en lugar de paso y descanso de viajeros

Inmaculada Acién

El Ejido

Domingo, 28 de julio 2024, 12:27

Los nombres de pueblos o barrios responden en muchas ocasiones a situaciones que se vivieron o a personas que los marcaron. Ese también es el caso del núcleo ejidense de Pampanico, cuyo nombre proviene del apodo de una familia migrante a esta zona del Poniente almeriense.

Alrededor del 1.900, el abuelo de Guillermo y José Cantón, junto a su hermano, llegó a la zona de Berja para instalarse con su familia. La Venta que tenían en La Calahorra tuvo que cerrar después de que el tren llegara a esta zona de Granada y las mercancías comenzaran a viajar en ferrocarril en lugar de en carros.

De esta manera, uno de los hermanos decidió abrir una Venta en Berja, mientras que el otro, el abuelo de Guillermo y José Cantón, se decidió a hacerlo en la zona del Campo de Dalías, junto a la carretera.

«Mientras hicieron las obras de la Venta de Pampanico, mis abuelos estuvieron viviendo en la Venta Pedro Aguilera, que estaba por encima de los Atajuelos, en el punto en el que se comenzaba a ver Dalías», explica Guillermo Cantón. «Esa venta era de los bisabuelos de la familia de los Malaños», apunta. Ahí fue donde nació su padre. Poco tiempo después se mudaron a Pampanico y comenzaron a trabajar en su propia Venta, por la que durante décadas pasaron miles de viajeros.

Pero durante todo ese tiempo no perdieron el contacto con La Calahorra, donde dejaron amigos y familiares. Precisamente durante sus visitas a su pueblo natal se generó el apodo con el que desde entonces conocen a toda la familia: 'Los Pampanicos'.

«Los sarmientos de la parra se llaman pámpanos y los amigos de mi abuelo sabían que en la zona donde se había ido a vivir había muchas parras. Quizás de forma simpática cuando lo veían por La Calahorra le decía, '¿dónde vas pámpano?' y con pámpano se quedó».

Pero cómo pasó el apodo de esta familia a convertirse en el nombre de todo un barrio es también una historia curiosa. «La Venta se abre al lado de la carretera, porque es por donde pasan los carros y también pasaba el autobús con el correo postal. En aquellos años las direcciones de referencia que se ponían en las cartas eran 'cortijo de Tal, municipio de Dalías, ya que entonces El Ejido no existía sino que era el Campo de Dalías», narra Guillermo Cantón.

Las cartas llegaban a Dalías y allí tenían que acudir las familias para recoger su correspondencia. «Dándole vueltas a aquello, mi abuelo pensó en que podía darle un servicio a todos los vecinos solicitando a Correos que dejara las cartas de los cortijos cercanos en su Venta». Se trataba de algunas de las familias más antiguas de la zona como «los Sisiñores, Paterneros, Meicos, Serranos, Muñoz y Gaitán, Los Reinos, Peramos, Cuadrados, Pelones o los de la Ñeca», como recuerda Guillermo.

Aquella petición a Correos recibió el visto bueno, pero para convertirse en punto de recepción del correo postal, la zona tenía que tener un nombre del que hasta entonces carecía. El nombre que decidieron ponerle fue el del apodo de la familia: 'Pampanico'. Un apodo que se convertiría en nombre oficial de la zona en el 1.910 aproximadamente.

Pese a que la Venta se cerró hace ya unos 75 años, regentándola entonces los padres de estos dos ejidenses, el nombre de este barrio nunca cambió. Un barrio que en aquellos años se circunscribía a la zona circundante a la Ermita de Pampanico, pese a que años después el barrio se ampliara también a la zona baja.

«Cuando ya comenzaron a circular los camiones y otro tipo de transportes la Venta comenzó a decaer y decidieron cerrarla», explican. Guillermo tenía ya alrededor de 15 años cuando se mudaron de Pampanico primero al barrio de Calahonda y posteriormente a la zona de la Avenida del Treinta. «Es un orgullo que lleve el nombre de nuestra familia», reconocen tanto Guillermo como José Cantón. Y es que el nombre de esta familia ya forma parte de la historia de El Ejido.

Toda una vida ligada a la iglesia y a la solidaridad

Guillermo Cantón ha estado siempre muy ligado a la iglesia desde que con siete años se hizo monaguillo. Allá donde ha vivido ha participado en su parroquia, tanto en Santo Domingo, como en El Ejido y desde hace años en Almerimar, núcleo en el que reside y donde fue pregonero de sus fiestas patronales hace tan solo unos días.

De hecho, Guillermo Cantón es Ministro Extraordinario de la Eucaristía. Un cargo que implica ayudar a la dar la comunión durante las homilías e incluso en algunas ocasiones, cuando el cura no puede hacer la misa, ser el encargado de leer la palabra de Dios. La última vez que le tocó desarrollar esta función fue hace pocos días. «Nuestro párroco estuvo con el Obispo en Palencia y tuve que hacer la predicación de la palabra, que es como se llama lo que nosotros hacemos. Consiste en que leemos el evangelio, hacemos las lecturas y doy la comunión, pero obviamente sin la consagración», explica Guillermo Cantón sobre lo que implica ser Ministro Extraordinario de la Eucaristía.

Un cargo que para muchos es posible que sea desconocido y que ha dado lugar a algunas anécdotas. «Hace poco, estaba haciendo la lectura de la palabra y entró un matrimonio. Cuando estaba dando la comunión se quedaron los últimos y cuando les tocó el turno me dijeron que no sabían si estaban consagrados, les dije que yo los cojo del sagrario y me contestaron que eso era una pantomima. Obviamente no habían visto nunca a un Ministro Extraordinario de la Eucaristía», explica Guillermo Cantón.

Pero su colaboración con la iglesia va más allá, puesto que también ha cooperado durante más de una década con Cáritas en el municipio de El Ejido. Durante ese tiempo se encargaba, entre otras funciones, de recoger los alimentos donados en Almerimar y llevarlos hasta la sede de Cáritas en El Ejido. «La familia Escorial, propietarios de los hoteles AR de Almerimar, donaba todos los meses 1.200 euros en comida para Cáritas», explica Guillermo Cantón. Una generosa colaboración que se interrumpió con motivo de la pandemia de la covid-19.

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